jueves, 28 de junio de 2012

VIP


“¿De dónde sos? ¿Por qué estás acá? ¿Te gusta? ¿Hasta cuándo te pensás quedar?”, ese es el interrogatorio al que nos debemos someter cada vez que alguna persona se da cuenta de que somos extranjeros. Las primeras semanas esas preguntas son respondidas con entusiasmo, simpatía y hasta brindando más información de la solicitada. Cuando uno todavía no conoce a nadie y desea profundamente intercambiar aunque sea dos palabras con otro ser humano – más allá de, en mi caso, mi marido -, esas preguntas parecen ser la forma perfecta de iniciar una conversación. Además, por qué negarlo, el sentirnos especiales, aunque sea por un rato, es un regalo que no cambiaríamos por nada. No importa a dónde vamos, el idioma, la apariencia, todo un conjunto de factores delata que somos extranjeros y despierta la curiosidad de los otros.
Sin embargo, con el correr del tiempo, estas preguntas que al comienzo parecían tan oportunas, dejan de serlo; y los ojos posados sobre nosotros pasan de ser sinónimo de interés a puro chusmerío. “El otro día te vimos en el ascensor del edificio; ayer, cruzando la calle, y ahora acá, en la panadería. Mi hija quiere saber de dónde sos”, me dijo en una ocasión un hombre, mientras la hija me miraba embelesada desde varios centímetros más abajo.  
“Es que a los brasileros nos fascinan los extranjeros”, me comentó una vez una adolescente. No importa si la ciudad en la que vivimos es grande, pequeña, turística o no, siempre vamos a sentirnos, y nos van a hacer sentir, quizás sin quererlo, sapos de otro pozo.  

martes, 26 de junio de 2012

Sin pasaje de vuelta


BRASIL. Si hace sólo un par de años alguien me hubiera preguntado qué país elegiría para vivir NUNCA hubiese respondido “Brasil”. Tiene una cultura muy rica, las playas son indiscutiblemente mucho más lindas que las argentinas y es un país que hace rato viene pisando fuerte en el escenario internacional. Pero no. Jamás hubiera elegido Brasil.
Puede ser por la eterna – y hasta por momentos aburrida – rivalidad futbolística – tengo tres hermanos varones más grandes y desde chiquita en mi casa se rechazó el famoso verde amarelo -, por la diferencia de idiomas – y el que se anime a decir que son casi “iguales”, por favor, que agarre un libro – o tal vez por la famosa alegría que não tem fim – las personas extremadamente felices siempre me dieron un no sé qué.
Sin embargo, aquí estoy, viviendo hace casi dos años en el estado de São Paulo ¿Por qué? Por amor. Así como no me gustan las personas alegres por demás, rechazo todo lo relacionado con los corazones, las florcitas de colores, el rosa, las estrellitas y demás lugares comunes. Pero, en mi caso, es verdad.
¿Mi primera impresión?: “¡¿Qué hago acá?! Un taxi de vuelta al aeropuerto, por favor”. La conversación más larga que tuve el primer mes fue con el señor que vendía cigarrillos a una cuadra del hotel donde estábamos viviendo. Y me costó. Con certeza, no fue uno de esos momentos que vaya a dejar plasmados en mis memorias. Hoy, dos años después, a veces todavía me pregunto cómo vine a parar a este lugar, pero ya a esta altura cuento con un monte de historias, no sé si memorables, pero sí entretenidas para leer y pasar el rato.